octubre 04, 2011

Si pude conocer otro lugar

Entonces está ahí, se acerca una vez más. Llegó silbando y no precisamente bajito, buscó intencionalmente felinos -que para su extrañeza no detesta- para jugar con ellos un rato. Entonces prende un primer cigarrillo el cual mezcla su humo con aquel otro colgando de esa mano eximia surfeadora de cuerdas que aprendió a describir en su memoria y a la distancia. Está ahí un tanto desconcertada, pero está.
Por debajo de un Mantel que costó definir (quizá por deforme, quizá porque en él se desplegarían movidas ignotas) era imposible no querer acercarse a esa miniatura ineluctablemente tierna, a esas manos que observaba para describir mejor, a ese hocico conejuno y manso. Más allá de ella, un cenicero apilando colillas con rastros del ademán que él ejecuta cuando fuma marcando su presencia. Acaso habrá otros tantos menos visibles pero palpables a su mirada. Las reconoce de a poco mientras le escucha hablar, sus ojos se desvían  -Gosh, your lips looks delicious- e intenta disimular. Juega con felis catus y una ramita en una dialéctica que pretende incluirle. No la registra. 
Recorre por tercera vez lentamente ese estudio, discos que se suceden prolijos y obsesivamente armoniosos. Una noche más atravesada naturalmente, inenarrable tanto por su magnitud como por sus juegos y frases que comienzan a formar un lenguaje propio, una complicidad bicípite. Piensa, mientras por detrás siguen melodías elegidas democráticamente, cómo hacer para atravesar esa distancia y llegar a pisar el pasto descalzos. Habrá visto en el fondo de sus pupilas esa tormenta que se engendra a cada vez? 
Ahora, después de otra noche más a una distancia que se muestra infranqueable, precisa escribir. Necesita escribir porque está todo hecho un ovillo en su cerebro sin poder encontrarle la punta y un vendedor de curitas que toca el timbre a la noche es la mejor de las inspiraciones. Quién se atrevería a negarlo?
Cualquier excusa sirve para encontrarse: un disco, los besos que roba Antoine Doinel o catar un vino con sabor a libertad. Le da la sensación que entre tanta vorágine (hay que cerrar la ventana, es muy importante cerrar la ventana) la espera se desestima; y da lugar a experimentar el placer de sentir que algo se va formando lenta pero definitivamente. Saborea cada madrugada que los encuentra amaneciendo con amargos. 
Aún así, aún disfrutando del carácter lúdico que los acerca mucho menos de lo que debería, gestiona la entrega de una miniatura envuelta en papel aluminio custodiada por cuniculus. Una sorpresa que los tope de frente sin tanta palabra interponiéndose en un acontecer que añoraba inevitable. 
Entonces la conejera se duerme con el viento sobre un mantel y aunque sea dulce hay que cerrar la ventana, sigue siendo muy importante cerrar la ventana, no sea cosa que.

Ahora, al final -o al principio- de todo, con una mezcla de temor y asombro le he escuchado decir que  Si pude conocer otro lugar, donde las compuertas no estén cerradas ni te separen de mi, es lógico que sea innominable todo esto que te siento.

junio 19, 2011

A llorar A gamben

Hoy planificando una clase me colgué leyendo un texto de Giorgio Agamben.
Era una conferencia que dió en la UNLP. El tipo hablando sobre los Dispositivos.
Y yo me puse a-llo-rar.
Convengamos que no se trataba de un llanto profuso.

Ahora recuerdo una otra vez hace mucho, que leyendo a Foucault me sucedió algo similar.
Yo no sé bien si es de ñoña o más bien de pelotuda.

Pero me gustaría saber.

La Maga.

abril 25, 2011

Apá, Le meilleur.

Otro video del Negro para que se relaman las migas de las comisuras, o del bigote, o el bigote de leche, en fin, lo que más plazcan.
Miren a la fantasía de agilidad, al poema atlético parado en el alambrado.
Cuánto verde que había.. Jouissez!

Esto es velocidad!
La Maga