marzo 24, 2010

Hay escritas infinitas palabras

No sé cómo empezar, tengo un enjambre de pensamientos dispuestos a ser desenredados, pero aún no sé cómo.
Desde que me recibí, mi super yo se licenció también en sadismo; y eso no es bueno. La pregunta que aparece es qué hacer.
Y ahora? Au boulot! Claro, ojalá fuera tan fácil. Ahora el camino es aún más vasto de lo que imaginaba, la cuestión es elegir uno de las tantas bifurcaciones. Ya averigüé para empezar un postgrado, claro está que no será hasta el año que viene. Seminarios, miles.. de los cuales opté por tres. Bien ahí, se reduce un poco más. Y hay otra idea, que carcome, el “paper”. Desde que terminé con los textos de la última materia me obligué a buscar temas para investigar, por lo cual miré mi biblioteca y dos libritos me llamaron la atención. “Las palabras y las cosas”, de Michel Foucault; y “Qué significa hablar?”, de Pierre Bourdieu.
Hay algo allí en el orden del discurso que siempre me atrapó. Muchos subestiman las palabras, subestiman lo que dicen, como si hablar fuera gratis. Pareciera que sí. No tienen esa sensación de gratuidad cuando escuchan? Cuando uno habla, como ya he dicho alguna vez tomando ideas de Echeverría, se compromete con aquello que dice. Cuando uno, ante un interlocutor emite un enunciado, se hace, o debería hacerse cargo de aquello que sostiene. Todo esto viene a que cuando uno habla crea un mundo, y ese mundo que está construyendo en general lo muestra. Es muy de esta época el andar mostrándose. Cada uno hace de su culo un encofrado y sostiene momentáneamente el edificio que más le guste. Publicar acá también es mostrar cierto aspecto de uno. Habrá que ver el uso que uno hace de las herramientas que tiene a la mano. Vuelvo.
Estaba en crear el mundo con las palabras. Uno con las palabras tiende puentes, levanta muros, invita a jugar; las palabras son grandiosas a veces, y son de lo más funesto otras tantas. Piensen en situaciones, donde dos o tres palabras pueden hacerte sonreír un día entero o querer meter la cabeza en un agujero. Recuerdo sesiones de análisis donde las mismas palabras podían significar cosas que ni imaginaba, podían abrirme todo un nuevo panorama y hacerme pensar: “ya lo tengo, ya entendí todo”; y quizá otras veces esas mismas podían hacerme estallar en un llanto profuso que luego se traduciría en una sonrisa post-catarsis. Las palabras son magníficas; y lo son por toda la variedad de acciones que estas nos ofrecen.
Conocí varias personas que crearon su mundo con palabras, palabras pomposas, palabras que no reflejaban en casi nada la realidad “real” y ese mismo mundo lo vendieron cual excelente agente inmobiliario. Ahora bien, uno decide creer en las personas, porque si uno no cree se vuelve un escéptico de mierda. Convengamos que no le creo a muchas personas, y es una chorrada; creo que prefiero ser aquella que creía a no creer una palabra de lo que la gente me dice. No es con todos, en efecto, hay gente a la que le creo porque me ha demostrado que la parte del mundo que comunica se condice, pongámosle, con la “realidad”. No voy a profundizar en la concepción de la realidad porque es un tema aparte, y espinoso (como el sujeto de
Žižek).
Y aquí quería llegar. A la mentira y a sus consecuencias. Qué se hace con eso? No tengo la más recalcada idea. Y no hablo de la mentirita blanca e inocente de decirle a tu mamá: “me fui a lo de una amiga” y en realidad te estás revolcando descocadamente. No. Hablo de la otra, de la que no hay vuelta atrás una vez descubierta (aunque quizá tu madre no te deje volver a tu casa por casquivana). Hablo de la mentira irremontable. Todavía me sigo preguntando qué hacer con los kilos de ladrillo hueco que uno ha comprado y que resultan ser uno de esos tiempos compartidos inexistentes en Kualalumpur. La parte que a uno le corresponde es comprar (compren y consuman y serán felices!). Nos hace cómplices? Me hace una imbécil seguro.
Creo que todos nos hemos preguntado si preferimos la cruda verdad o si somos capaces de vivir con una mentira haciéndonos cucharita. Ah, la era postmoderna y sus recovecos; sus ilusiones y sus millones de trampas. A medida que ha crecido el panoptismo cibernético, y su concomitante paranoia; parece haberse creado un velo de “todo vale”. Queridísima Juno, ya hace miles de años atrás en la mitología teníamos dos caras. Sé que no soy la única que siente esta vorágine, esta sensación de fuerza centrípeta que nos expulsa a la nada y su contracara centrífuga nos chupa al centro de un agujero negro lleno de “cosas”. El Samba de la postmodernidad y su Imperio, nos ha llevado a un lugar sin centros fijos donde todo está en todos lados y en ninguno a la vez.
Me fui otra vez. La mentira; demasiado amplio el concepto. Qué se prefiere? La cruel y cruda verdad, hablo por mi. Ni andar suponiendo que es una obviedad (cómo odio lo
ob-vio!), ni ir sweet-coating la verdad; porque sería casi un insulto a nuestra capacidad de metabolizar. Y aunque como herramienta a la cual la humanidad ha echado mano desde el principio de los tiempos; uno debería saber cuando decir enough already y dejarse de joder. A hacerse cargo. Si decimos algo; lo más lógico sería responder por nuestras palabras.
He mentido, tampoco soy una Carmelita descalza. Por no querer mentir he estado involucrada en una relación -pseudo- bígama (sí, los dos sabían; no, no me casé) durante un año y medio; lo cual fervientemente NO recomiendo (ni la mentira, ni la bigamia). Aún así, con sus idas y vueltas, me mostró el lado dulce de la verdad. Desde ese momento he tratado de evitar la mentira (que a veces pareciera ser un activo preciado) y el: “pero si es ob-vio!”.
Claro está que si uno prefiere el camino negro que tome la General Paz y luego a bancarse sus efectos. Lo lamentable es que uno también tenga que, en ciertas ocasiones, ser afectado y verse “privado de”; porque la mentira a uno le quita la posibilidad de elegir.
De frente manteca.
No subestimen las palabras.. son las que hacen andar al mundo (junto con la globalización, el libre comercio, y las privatizaciones; claro).

La Maga

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hay pequeños accesorios verbales que llevo siempre conmigo. Me ayudan a descifrar la compatibilidad entre neuronas de distintos continentes. Pocas veces he utilizado este accesorio, pero es vital para establecer un paradigma y una cosmovisión global. Una estas preguntas es: ¿Cruel Verdad o Dulce Mentira? Otra es: ¿Plebeyo entre los Dioses o Rey en los infiernos? Y la tercera, que no es vital, pero ayuda a un acople mejor, me la voy a guardar por verguenza. Soy un chico tímido.

Ella también dijo...

Golzenbangrapdiosfin

:)

Un abrazo.