abril 27, 2010

Memento

Ella caminaba en una suerte de estupidez autómata. Cruzó la Av.Córdoba con un envión casi suicida. Para no dejar que el instinto de autodestrucción la aniquilara, tomó aquel recuerdo de asidero. Para no dejarse ahogar por la vorágine humana mientras caminaba entre la multitud, se acordó de esa noche bastante fresca en sus párpados.
Lo que recordaba de esa noche eran flashes, que como diapositivas, lejos del Apocalipsis en Solentiname, podía trocar y poner en el orden que más le gustara. Su memoria, tenía un carácter que rozaba lo espeluznante. Guarda muchos recuerdos, algunos terribles, cual colección de dagas y katanas en casa de un samurai masoquista. Otros tantos le generan algo parecido al placer, o quizá otra sensación, pero no sabía, sus significantes estaban bastante trastocados.
Lo que recordaba de esa noche, extraña, era un viaje a altas horas de la madrugada hasta la puerta de un edificio, donde los ascensores estaban de huelga.
De esa noche, se guardó un recuerdo. Grabó una sensación que se asemejaba a la letra de una canción
“Exploring the taste of her…”. Una sensación que era ilegible tal vez. Un poco de juego que no precisaba palabras ni reglas, porque fluía, inexorablemente. Sabía, como casi siempre, que le faltaban las palabras capaces de abarcar su pensamiento. Fugas eternas, siempre. Difícil captar su esencia.
Lo que recordaba, lo que seguía en el aire junto a un aroma familiar, eran aquellas manos pequeñas rodeando su cuello gentilmente, lejos de la malicia y la sodomía.
Mientras ella caminaba por Florida un violinista en silla de ruedas, imágenes trágicas si las hay, hizo que volviera a añorar aprender a tocar un instrumento, de viento preferentemente y cantar aunque, no a la vez. Volvía esa sensación de sentirse torpe y limitada en términos instrumentales. Pensó que quizá su inevitable destino sería escuchar a Coltrane o Satchmo embelesada; y respiró profunda y gustosamente ante esa imagen. Ya no importaba.
De aquella noche en una misma cama, que salió de una galera sin conejos, recordaba sus quejas sobre la combustión de los autos cerca de las mesas de los bares; la disertación sobre cuadros a medio pintar colgados de la pared. Recordaba aquel cuerpo pequeño encriptado a su lado, sin demasiada voluptuosidad, pero de una belleza adamantina.
Recordaba despertar escuchando a Green Day diciendo
“She screams in silence”, y pensar que tenían mucha razón. Los últimos flashes, que como autos a punto de morir, intermitían en su pensamiento; pertenecían a una comparación con un Ramone y a ella bajando una escalera, porque los ascensores seguían en huelga.
Mientras volvía al trabajo esquivando gente por Florida, pensó que dos días la separaban de un nuevo año, a estrenar, con olor a auto limpio con el pinito colgando del espejo retrovisor. Quedaban dos días de un año, que salvo excepciones que la incluían, había sido funesto.
Todo este circunloquio, todos estos recuerdos de desayunos y delineadores compartidos, fueron escritos en papelitos mentales mientras caminaba por la calle. Para no dejar que el instinto de autodestrucción la aniquilara, recordó ese perfil en la penumbra cual Venus del espejo y esperó a que el semáforo se pusiera en rojo.

La Maga

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