mayo 27, 2007

Nunca más..


Extractos de un artículo de Marcelo Viñar*. 'La transmisión de un patrimonio mortífero: premisas éticas para la rehabilitación de afectados.'**

‘Siempre he pensado que hablar entre convencidos es mucho menos evidente y fácil de lo que parece, que la sordera y el encierro mortífero de la repetición nos acecha en cada paso y que en la apariencia de galopar en los acuerdos salgamos sabiendo o pudiendo hacer o pensar menos que al principio.
Porque aunque parezca obvio -yo quiero insistir-. NO ES LO MISMO EL HORROR QUE EL RELATO DEL HORROR. Hay una distancia entre el horror y su relato que hacen que la convulsión no sea la misma.
Traer la muerte violenta al espacio de lo hablable no es una operación inocente, aunque sea necesaria e ineludible.
Yo quisiera pues centrar mi intervención en ese intervalo entre el horror y su relato, la palabra y la empresa de exterminio.
El testimonio y la denuncia son un necesidad y una trampa, un compromiso ineludible donde hay que entrar y salir, no quedar capturado en la narración de la escena sádica. Denunciar y testimoniar para matar el silencio, es un compromiso consigo mismo y con la historia pero debe llevar a un lugar más seguro que el del escalofrío del VOYEUR.
Pero aceptar ese desafío comporta la aventura simbólica de la transmisión posible de un patrimonio mortífero, y el evitar la captura en la fascinación del horror.
Si estamos aquí es por una voluntad consciente de no olvidar. Por un deber de saber, de mirar y testimoniar. Para plantearnos la transmisión posible y la superación de una experiencia de horror.
Pero traer el horror al espacio de lo hablable no es una operación inocente y debemos plantearnos sus dificultades y peligros. La denuncia que fue un acto de coraje y heroísmo puede ser hoy un acto innecesario, lo que fue valiente y osado tiene el riesgo de banalización.
No todo silencio implica complicidad adaptativa ni todo sufrimiento implica elaboración y progresión que construye.
Necesitamos otro marco distinto del modelo medico para emprender nuestras acciones, para justificar nuestra ética, para revisar nuestros errores. La historia no nos perdonara la cobardía, pero tampoco la simplificación.
A veces en el combate, se confunden los campos y los limites.
Aquí se trata de pensar, de balbucear con modestia una inteligencia y evitar la simplificación. Desde nuestra posición de terapeutas, que es siempre una misión marginal y accesoria, toda prestancia de saber es condenable.
No hay salud en la transmisión de un patrimonio mortífero y violento.
Impedir que el horror se repita, se reproduzca, con espanto renovado, en cada término, en cada eslabón de la cadena generacional.
Porque de eso si sabemos los psicoanalistas, sabemos que el horror no metabolizado, no significado simbólicamente, vuelve retorna, insiste como el virus que contagia mordiendo siempre a los más débiles.
¿Qué tipo de psicoterapia para torturados?
No ha tratamientos especiales: de eso como dice Leo Bleger, ya tuvieron bastante en el cuartel y en los centros de tortura.
Lo único que podemos hacer es lo que sabemos hacer: descifrar enigmas. Explorar como cada persona singular se inscribe en el abanico de respuestas de lo que socialmente llamamos traumatismos o catástrofe social.
Leer en cada quien su sufrimiento y su silencio, leer con él lo que es reconocimiento y lo que es omisión y negación frente a lo acontecido.
El sufrimiento y el silencio que nos traen estos pacientes no requieren tratamientos especiales porque no hay respuestas normalizables, sino un abanico de reacciones diferentes al mismo tratamiento. Se trata de reconocer en él y con él cuando el decir es confesión traumática y repetitiva y cuando es una aventura simbólica de elaboración. Reconocer y preguntarse cuando el silencio como refugio de lo intolerable es a respetar y cuando a violentar.
Mas difícil aun seria decir que debemos hacer con la memoria y el olvido -ambos necesarios- que cicatrizan el horror.
Cada sujeto y cada generación se apropian de la historia al advenir a ella y materializan o encarnan los mitos de los que lo preceden.
Lo imposible a transmitir crea el intervalo la distancia o la ruptura de generaciones, que es un espacio de vida. Suprimirlo crea fetiches inoperantes. Entre la memoria y la reconstrucción del pasado hay omisiones, distorsiones inevitables en la palabra parental donde se crean espacios vacíos, necesarios, como refugios de lo intolerable y se crea un decir donde los limites entre la aventura simbólica y la repetición traumática no están en ningún manual.
No hay psicoterapia especial para torturados o familiares. Lo que hay (o no hay) es sensibilidad y disposición del terapeuta para recorrer un itinerario de horror en que la realidad ha redoblado y confirmado los espantos del fantasma, y cuando se esta disponible no alcanzaron el humanismo heroico.
A veces la repetición traumática, la convocación en transferencia del traumatismo suscita y actualiza voces aun más intolerables que el acontecimiento mismo. Y quienes resistieron o claudicaron a la tortura -los polos no son nunca tan críticos- siempre hay algo a pagar en el cuerpo o en el alma cuando se fue atravesado, de una forma u otra por una empresa de destrucción.
Quienes resistieron o claudicaron deben en la psicoterapia reasumirse en su destino, en lo que al ser humano comporta de trágico, absurdo o estúpido y pasar por allí también es una empresa de tortura más creativa, pero no menos violenta. Pasar por allí por lo extremo del horror es una empresa difícil, para uno u otro miembro del par terapéutico, por eso digo que no alcanza con el humanismo heroico.
Mirar el horror de lo que paso y con ello construir el porvenir, sin la captura de la repetición traumática que redobla el traumatismo, restablecer la disociación pasado-presente y calmar la intrusión alucinante del traumatismo, restituyéndolo a la categoría de recuerdo pensable, son un duro trabajo.
¿Cómo integrar ese pasado infernal, en valores a habitar, en restitución de la función del ideal? ¿Como hacer la nominación y transmisión de ese pasado para que hoy ayude a vivir?
La crudeza de sus experiencias nos encierra en el exceso, o a estar demasiado cerca o demasiado lejos, o en la frigidez o en el patetismo, o en el hielo o en la llama.
Esto es para el terapeuta una prueba de fuego y grita la insuficiencia del humanismo heroico y la asistencia a la Florence Nightngale. Y nunca sabremos si ayudamos a nuestros pacientes o ellos a nosotros, a combatir el olvido, a inscribir una memoria para que podamos escribir nuestra historia.

* Marcelo D. Viñar
Doctor en Medicina, Facultad de Medicina, Universidad de la República, Uruguay.Psicoanalista, Miembro Titular y Didacta de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay, miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional.

** Leido en la Comisión III 'Consecuencias de la Tortura en América Latina: Individuo, Familia, Sociedad, Asistencia, Reparación, Rehabilitacion' Buenos Aires, Diciembre, 1985

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