Es de noche, alrededor de la una de la madrugada. El calor es increíblemente pesado. Estoy tirada en la cama de mi escritorio con la luz del pasillo que apenas lo ilumina. Hay que tener cuidado, ya he tomado todas las medidas precautorias... (chistecito, gordo) medidas preventivas que una buena obsesiva debe tomar. Nada en los enchufes. Quizá por eso no estoy tipeando en la pc, y vuelvo a mi hábito de escribir en un cuaderno obsesivamente cuadriculado, como todos los que poseo. Una persiana a medio bajar muestra los relámpagos violentos que iluminan la ciudad. Joder, un estruendo terrible activa mi eje HPA. Pareciera que el planeta fuera a estallar y él no está para que nos pille juntos. Dudo por el aire acondicionado, también por el ventilador, pero no tengo intenciones de sancocharme. Una estampida y yo pego un salto que ni Galina Chistyakova. Amo la lluvia, podría vivir sin problemas en Seattle sin riesgo de suicidio (o si, pero no por las precipitaciones). Hace aproximadamente dos horas atrás, estábamos con la blonda en el patio de un bar y comenzaba a llover. Definitivamente, no puedo aspirar a un puesto en el Servicio Meteorológico Nacional. "Es una lluviecita de verano" dije mientras las gotas mansas me acicalaban tiernamente. "En cinco minutos para". Así fue. Pero ya en mi morada, la lluvia, furiosa cual caracol descaparazado, se empecinó sádicamente. Final anunciado desde el comienzo. Sigue lloviendo espásticamente y todavía en mis oídos hay una mezcla de gotas suicidas y una chanson française que hace más o menos un año dejo que me torture tranquilamente. Pero ese es otro tema, mejor no hablar (de ciertas cosas), decía Luca. Suena mi celular, sin mirar el identificador digo: "Qué tarde llamaste" una voz tierna responde: "Estas despierta?", "Hace varios días que no puedo dormir" contesto llorando como allá afuera.
La Maga
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